Mirna de Vidal nació líder, se nota inmediatamente al conocerla. Habla sin parar, camina de prisa y no hay una pizca de queja en sus palabras por los años que vivió de posada y vendió queso en las calles y mercados para sobrevivir. Nada la detuvo, ni la hizo caer. A los 25 años abrió la primera de doce sucursales de Quesos de Metapán, una empresa que ha construido con trabajo duro, pero sobre todo con mucha fé.
Mirna ha vivido entre quesos y cremas toda su vida. Nació y vivió los primeros años de su vida a la orilla de un río. Muy pequeña obtuvo como regalo de su padre una vaca, su amada Catocha, la misma que hoy es símbolo de su próspera empresa de lácteos.
Su padre, don Pedro, era ganadero, tenía una porqueriza y cultivaba frutas y verduras, sus abuelos maternos elaboraban quesos de manera artesanal en una humilde casita de barro donde doña Dina, la madre de Mirna, aprendió lo básico del oficio.
Mirna y sus seis hermanos pasaban sus días en el campo, pero era el tiempo del conflicto armado y un día el grupo armado secuestró y asesinó al padre de Mirna. Su madre Doña Dina Morataya tuvo que huir, dejando tierras, ganado y cosecha abandonados.
Ella cuenta divertida como cargando “tanates” pidieron posada en casas de varios tíos y vivieron de un lado a otro muchos años, hasta que su madre pudo establecer una pequeña quesería a la que bautizó como Lácteos Morataya.
Los seis hermanos aprendieron el oficio y no solo elaboraban todo tipo de queso, sino que salían a la calle a venderlo.
“A mí me tocaba la colonia San José en Metapán y era de salir temprano con la bandeja llena de quesos, y regresar por la tarde, con la bandeja vacía, y dinero para aportar a la casa, yo tenía unos nueve años y era una estrella vendiendo”, recuerda Mirna con peculiar orgullo.
La misión: “vender queso bueno”
Mirna dio de niña sus primeros pasos para convertirse más tarde en una exitosa mujer de negocios. En el 2000, con tan solo 25 años, ya casada y con su hijo mayor Israel, en ese entonces de cuatro años, montó la primera sucursal de Lácteos de Metapán, en el mercado de Santa Ana, con la misión de vender “queso bueno”, de calidad y con leche pura.
El primer día que abrió, colocó los quesos lo mejor que pudo y no vendía, pero a Mirna le gusta contar e ilustrar cual, si fuera una actriz de teatro, lo que debió hacer para conquistar sus primeros clientes.
«Me vestí con mi gabacha y me puse visera, y no me quedé brazos cruzados, salí con una bandeja de muestra a la calle, hacía que un cliente probara y una vez le gustaba me lo llevaba de regreso a la tienda y él compraba, con esa probadita lo conquistaba», cuenta divertida.
Poco a poco la empresaria fue abriendo más sucursales en el occidente del país, pero le faltaba la capital, lo que logró en 2019 al inaugurar la primera tienda. En 2020 y a un día de que por orden del gobierno se cerrarán negocios, ella inauguró la segunda sucursal en San Salvador.
Ya abrió una tercera tienda en la capital y tras veinte años de que comenzó todo, aquellos días en los que salía a conquistar clientes han quedado atrás.
Ella reconoce que sí ha trabajado duro, pero que el principal motor que la ha empujado y que la mantiene llena de energía es Dios. Cuando se le cuestiona de momentos difíciles, asegura que no se ha detenido ante ellos y que no tuvo tiempo para rendirse nunca.
«No importa lo que me pasara no había lugar para caerse, yo tenía la meta para dónde iba, yo sabía que si me caía iba a perder el tiempo, no ha habido momento para pensar me equivoqué, sino para seguir sin detenerse …Yo siempre he sido así, no he tenido tiempo para lamentarme de nada», cuenta y su singular entusiasmo en la prueba de eso.
Hoy Quesos de Metapán emplea a 100 colaboradores directos y casi un centenar indirectos, posee dos plantas productoras de leche en las que se procesan unas 22,000 botellas de leche por día, y doce sucursales donde además de lácteos se da espacio a otros emprendedores que ofertan todo tipo de productos nostálgicos como café, dulces, espumillas, pan, refrescos en polvo y mucho más.
La empresa se enfoca en cumplir su promesa de venta: frescura y calidad, productos lácteos totalmente frescos y hechos de manera orgánica y artesanal, los controles de calidad son del más alto estándar y la empresa es reconocida por tener un personal veloz y sonriente que hace que los clientes siempre regresen. De hecho, la empresaria asegura que nunca ha pagado publicidad.
Poseen varios quesos que ya son marca registrada como el queso Clásico Catosha, el Pinulo, el trenza, y muchos otros que han nacido gracias a la creatividad de doña Mirna, su familia y su equipo de colaboradores.
Además, se han diversificado y ahora es propietaria de una empresa inmobiliaria, otra de construcción enfocada a locales comerciales y una más de hospedajes por franquicia, que se llama Remfort Hotel.
La empresaria se describe como una mujer que es amor y rigor al mismo tiempo. Enérgica, conversadora y amante de la política, sueña con un país donde invertir sea más fácil, donde la educación sea igualitaria y con que El Salvador tenga pronto una mujer presidenta.
A nivel personal, está estudiando franquiciar su empresa de lácteos, pero solo con productos empacados al vacío. Llegar al oriente del país y exportar a Estados Unidos, ya que los compatriotas que viven ahí son grandes consumidores de sus quesos.
Aunque ella nunca acepta un No por respuesta, cree que todo, todo se puede hacer, reconoce que a veces hay aguas turbulentas, pero con coraje asegura que, “Los grandes guerreros nacen y se hacen en aguas turbulentas. La clave del éxito es Dios, cuando usted dice que en nombre de Dios va a hacer algo, nada le falla y todo prospera”, concluye.