Ulises y su madre Francisca son los propietarios de una panadería artesanal ubicada en el corazón de Antiguo Cuscatlán en La Libertad y aunque es un local que no supera los tres metros cuadrados, adentro se hornean sueños gigantes de hacerla crecer y convertirla en una gran empresa.
Se llama “Mini Panadería” en honor al pequeño espacio donde nació, y está localizada en un lugar de alto tráfico de Antiguo Cuscatlán, ofrece al menos 35 variedades de pan de dulce y pan francés y es ya reconocida en la zona y en las colonias que rodean a ese municipio.
Se inauguró en 2008, gracias a la visión de Ulises Mejía, un joven que por motivos de salud abandonó su carrera como mercadólogo y publicista y vio, en el modesto emprendimiento que su madre ya tenía en la casa familiar, una oportunidad para generar ingresos.
Doña Francisca la madre de Ulises, conoce del negocio de las harinas de toda la vida, desde los trece años y buena parte de su vida trabajó en panaderías salvadoreñas de gran trayectoria, pero con su carácter emprendedor un buen día se decidió y comenzó a hacer pan en la casa familiar ubicada en Ilopango que compartía con sus tres hijos y su esposo.
Empezó con pan francés, y a los seis meses, ya había comprado un horno eléctrico. Francisca tambíen empezó a elaborar pan dulce, con eso, y los ingresos de su esposo como mensajero, juntos sacaron adelante a los tres hijos.
A Ulises siempre le incomodó ver lo duro que su mamá trabajaba, pues no solo hacía el pan, sino que iba a venderlo a diario con su canasto a cuestas a la calle Rubén Darío en el centro capitalino. Así que, cuando el médico le dijo a Ulises que tenía presión alta y debía buscar un nuevo empleo, convenció a su madre para asociarse y montar la misma panadería, pero en un local con mayor tráfico.
Luego de muchas vueltas consiguieron ese pequeño espacio en el municipio de La Libertad al que ambos acuden todos los días no solo a elaborar y vender pan dulce y francés, sino a construir una empresa que poco a poco ha ido creciendo.
A la conquista de paladares
Comenzaron en 2008, su mamá haciendo el pan y él administrando y encargándose de las finanzas y la imagen del negocio. No conocían el municipio, ya que ellos son originarios de Ilopango, ni tenían clientes, así que fue sumamente difícil. El primer día vendieron $19 dólares.
Pero Ulises, decidido a hacer crecer la clientela, se armó de una bandeja y salió a la calle a dar muestras de las delicias que su mamá trabajaba en la cocina, y de inmediato cautivaron paladares que siguen fijos comprando en el pequeño negocio.
Aunque de adolescente Ulises logró aprender a hacer pan, no se metió mucho en la panadería, incluso al asociarse con su mamá al principio tampoco lo hacía, hoy en cambio se siente orgulloso de llamarse panadero, título que logró a fuerza de la demanda.
“Mi mamá es experta, yo necesito recetas, fórmulas. Ella al simple cálculo, al tanteo se sabe de memoria todas las recetas y hace maravillas, es una maestra en eso, pero yo también he aprendido y le hago de todo”, cuenta orgulloso.
En la panadería ofrecen galletas de canela, pastelitos rellenos de jalea de fresa, salpores de arroz y almidón, pichardines, cacho simple, alfajores rellenos de dulce de leche, pasteles de piña, gusanos rellenos de mantequilla con ajo, viejitas, galletas de maní y coco, guarachotas, además por supuesto yoyos, novias, tortas secas, peperechas, semitas, y mucho más.
Su orgullo es la enorme clientela que poseen y que han construido solo él y su mamá. Ahora trabaja con ellos un sobrino, pero el sueño de Ulises es crecer en tamaño, acondicionar el local para hacer una cafetería y lograr vender pan en kioscos y otros lugares.
El local donde comenzó sigue siendo el mismo, pero ya la dueña le ha hecho ampliaciones, y aunque quiere crecer está convencido de que debe ir poco a poco, y prefiere contar con el dinero en mano para invertir, antes de meterse a créditos, porque hay mucha incertidumbre y es mejor “pensar antes de invertir”, afirma.
La pandemia detuvo de manera temporal sus planes. Ulises no tiene vehículo y no tenía forma de moverse de Ilopango a Antiguo Cuscatlán y debió cerrar el negocio, pero Abel su mejor amigo, también emprendedor, y que siempre lo ha apoyado incondicionalmente, le ofreció llevarlo luego de algunos días en que las ventas cayeron a cero. Ulises debía caminar un largo tramo para que Abel lo recogiera, pero ese apoyo entre los salvadoreños cuando hay crisis, es una de las cosas que más destaca. Su amigo lo transportó hasta el local de marzo a agosto, sin cobrarle nada.
“Yo caminaba un montón y pasaba solo acá y comencé a ver a otros negocios cerrando, pero yo me decía que no, que no iba a cerrar, sí me atrasé dos o tres días con los pagos, pero seguí echándole ganas y otros que luchaban como yo eran mi inspiración”, cuenta.
No usó el domicilio como muchos otros negocios, pero se las ingenió a través del WhatsApp para armar un directorio de clientes y uno a uno les avisaba cuando el pan estaba listo para que pasaran a recogerlo. La cosecha que había logrado y la fidelidad de sus clientes lo mantuvieron a flote.