Marcela Emilia es una talentosa joven que elabora figuras tejidas en choché, un oficio que aprendió de niña y que le ayuda a generar ingresos y a conservar una tradición que le permite conectarse con su abuela paterna, su primera maestra.
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Para Marcela Emilia Lemus de 28 años, entrar a una tienda de materiales de costura sin duda le produce la misma alegría que le da a un niño pequeño entrar a una juguetería. Desde los ocho años y gracias a su abuela paterna Emilia, la joven tuvo su primera aguja para tejer en la mano, se enamoró de la técnica y no paró.
“Lo básico lo aprendí en una tarde y desde ese día no paré, la gente siempre me ha visto con curiosidad porque creen que tejer es una cosa de abuelitas, pero yo me siento orgullosa de lo que hago”, cuenta orgullosa.
Marcela que se graduó de la carrera de Comunicaciones en una universidad privada en la capital, reside en Santa Ana y posee un rincón especial de su casa donde ha instalado su taller, colmado de hilos y lanas de colores, una docena de agujas y materiales de relleno para sus figuras.
La joven reconoce que desde pequeñita mientras sus compañeras de colegio jugaban en el recreo ella se ponía a tejer una bufanda, un gorro o algún accesorio para ella o sus amigas y la gente la miraba con curiosidad y ella se sentía orgullosa de ir mejorando sus técnicas.
Creadora de simpáticas figuras tejidas
Aunque la emprendedora inició con prendas de vestir como bufandas, blusas, gorros y algunos manteles, hace unos años se introdujo en la llamada técnica de amigurumis. La palabra es un acrónimo de dos términos japoneses: ami, significa tejido; y nuigurumi, muñeco de peluche. Esta es una tendencia o moda japonesa que consiste en tejer pequeños muñecos mediante técnicas de croché o ganchillo.
Osos, jirafas, elefantes, personajes de caricaturas, de cuentos o hasta de videojuegos y también figuras religiosas, sobre todo vírgenes y ángeles, cactus y más, de unos 30 centímetros de alto, son los principales productos que elabora la ingeniosa artista.
La joven que lleva casi seis años haciendo estas figuras dice que hacerlas requiere mucha paciencia y dedicación y una buena dosis de creatividad ya que, aunque a veces le dan un modelo dibujado, en otras el producto terminado es obra de su propia imaginación.
Mila Croché, como se llama su emprendimiento, en honor a su abuela Emilia (Mila) su primera maestra y al segundo nombre de la joven, ya goza de gran aceptación entre la gente y su creadora dice que se lo ha ganado a pulso, poniendo especial cuidado en cada detalle que llevan sus figuras, en el colorido de sus hilos y en la similitud que logra a las figuras solicitadas.
Para ella esa es la clave de un emprendimiento tan peculiar como el suyo, ponerle la suficiente dedicación para que surjan artículos de calidad que la gente quiera pagar.
“Cuando uno emprende con cosas hechas a mano la clave es cuidar los diseños, los detalles y buscar que los clientes hablen bien del trabajo que uno hace”, explica.
Marcela creó el emprendimiento con el apoyo de su mamá quien le ayuda a hacer los repartos de los productos y un buen tiempo le permitió obtener ingresos para ayudar con los gastos a sus padres.
Sin embargo, ahora ya tiene un empleo formal en su profesión como comunicadora, pero le apasiona tejer y siempre que regresa de su trabajo o tiene algo de tiempo libre, corre a su rinconcito especial para envolverse en ese mágico mundo de agujas e hilos de colores.
Marcela vende sobre todo en redes sociales y trabaja por pedidos, a cada uno trata de dedicarle el tiempo necesario para que cada pieza cumpla con lo que le piden los clientes y lograr así ir creciendo en este arte que tanto le apasiona.
La joven dice que para ella tejer es una forma de alejarse de las presiones cotidianas y además conectarse consigo misma. “A mí el croché me produce mucha calma. Llegar a casa luego del trabajo y sentarme, tomar mi aguja y mi hilo y ponerme a tejer es algo que disfruto mucho, me desconecto de todo. Mientras tejo estoy oyendo audios cristianos o incluso orando, a veces me pongo a escuchar música o veo una película, soy una persona que debe tener siempre las manos ocupadas”, cuenta la menor de tres hermanos.
La joven que se ha hecho popular en redes sociales por sus simpáticos amigurumis, sueña con tener una tienda física donde pueda vender sus muñecos tejidos y también comercializar en línea los patrones de sus creaciones. Ella anhela seguir tejiendo cada vez que pueda porque eso le permite conservar el legado de su abuela.
“Mila es un proyecto al que le tengo mucho aprecio y respeto porque llevo la carga generacional de mí, incluso me gustaría dar clases de croché a quien le guste aprender porque es una técnica que se está perdiendo”, dice la entusiasta tejedora.