La historia de este negocio está labrado con el esfuerzo de las mujeres de la familia Aguilar, mismas que por más de cien años han mantenido encendidos los fogones donde se cuece la conserva de coco, el chilacayote y más de una veintena de dulces artesanales que ya son patrimonio en la ciudad de Santa Ana.
Hoy bajo la administración de doña Mercedes Aguilar una maestra dulcera con cincuenta años de experiencia en la elaboración de dulces típicos, el negocio mantiene vivas las recetas tradicionales con las que comenzó hace más de cien años.
Doña Mercedes tiene el conocimiento que le trasladó su abuela y su madre sobre la producción de los dulces, y también cuenta con propiedad la historia que hay tras ese negocio que ha dado sustento a cinco generaciones.
La familia, dice doña Mercedes, está bendecida por mujeres y en la historia de la dulcería la han fortalecido todas ellas. Incluso su madre, que fue la nuera y se introdujo en el negocio cuando ya había cumplido 20 años, aprendió tan bien el oficio, que luego hasta fue reconocida como una de las mejores dulceras de la ciudad morena.
Según las memorias de doña Mercedes, fue doña Basilia Aguilar, su tía bisabuela materna la primera que comenzó con la dulce producción artesanal.
Ahí en los viejos patios de la casa familiar Basilia cocinaba a leña y en enormes peroles de cobre la cocada, el dulce de leche de burra y el de nance, el chilacayote, los higos y tantas otras confituras típicas.
Luego ante la ausencia de vehículos, los montaba en carretas o a caballo y recorría las fiestas patronales de los pueblos para ofrecerlos.
“No habían carros y cada vez que iba a una feria, caminaban o iban en carreta y tardaban hasta tres días en llegar, pero mi tía abuela no descansaba hasta venderlos todos y eso enseñó a su hermana, mi abuela y ella a mi mamá, Zoila”, cuenta doña Mercedes.
La mamá de Mercedes, doña Zoila falleció a los 80 años, pero fue una trabajadora incansable en la dulcería. Pasó de las fiestas de los pueblos a la Feria Internacional y también llevó sus productos a la capital.
Por su espíritu incansable y su esfuerzo, fue premiada por comités de emprendedores de Santa Ana y recibió varios reconocimientos.
Trabajó hasta que la vida le dio fuerzas, y ahora su hija, Mercedes tiene los mismos planes.
La pandemia y los cambios
El conocimiento de la preparación de los dulces llegó a doña Mercedes cuando apenas contaba con nueve años. Y ella asegura que cualquier niña de la familia era preparada para aprender a cortar la fruta, cocinar los dulces o empacarlos, la última tarea, era la única en la que participaban los varones y eso, sigue así hasta hoy.
La santaneca tiene ya 60 años y tres hijas. Aunque las tres niñas, al igual que sus siete sobrinas ya pasaron por los patios donde se preparan los dulces, solo dos de sus hijas, la menor y la mayor, participan activamente, Andrea y Elizabeth; además de Ángela, una de sus nietas que a sus 14 años ya está involucrada en la cocina.
Las demás ya se retiraron. “Les gusta venir pero solo a comer dulces”, cuenta doña Mercedes divertida.
El anhelo de esta experta dulcera es que el negocio no muera, sabe que la dulcería experimentará cambios, como ha pasado cada vez que un nuevo miembro de la familia toma las riendas, pero lo importante dice, es que no se pierdan las tradiciones.
“Yo lo primero que hice cuando ya estuve a cargo fue quitar la leña y poner hornillas a gas, traje batidoras y también cambié la forma de empacar los dulces y mi mamá al principio protestó, pero luego estaba contenta y entusiasmada”, cuenta doña Mercedes.
Ella está consciente que ahora son sus hijas las que llevan nuevas ideas y debe adaptarse.
Con la pandemia, debieron cerrar la producción y eso afectó mucho a la familia, en especial a esta trabajadora imparable que dividía su tiempo entre ir al mercado cada semana a comprar la fruta, cortarla, cocinarla y empacarla y luego colocarse frente a la vitrina para comercializar sus creaciones.
Sin embargo, poco a poco han retomado la venta y ella ha podido ver como los cambios que sus hijas han introducido están facilitando que la dulcería cobre de nuevo vida.
“No vendíamos nada, pero mis hijas inventaron eso de las redes sociales y luego irlo a dejar a quien compraba, yo me reía, pero después hasta contratamos un muchacho que va a dejar los pedidos y hemos ido vendiendo cada vez más, ellas además buscan ir a otras ferias y llevar los dulces a la capital y poco a poco nos vamos levantando”, cuenta orgullosa.
Doña Mercedes dice que ella no se ve haciendo otra cosa, la dulcería es su vida y le pone mucho amor a cada producto que elabora. “Es un trabajo duro, para algunos dulces como el de Guayaba que rápido se pega, se pasa una parada hasta dos horas frente al perol meneando sin parar y no puede ni ir al baño. La gente me dice que haga otra cosa pero no puedo, esto es vida para mí”, dice convencida.
Los amplios patios se su casa huelen a dulce, asegura doña Mercedes orgullosa y eso, también le genera una enorme energía.
Ella asegura que los ingredientes para que la dulcería se mantenga hasta hoy, son el esfuerzo constante de las mujeres de la familia, la paciencia y sobre todo el trato hacia la gente. “Hay que darle al cliente lo que quiere. Tratarlo bien y ofrecerle la mejor calidad”, explica.
La dulcería, mantiene un formato clásico, vende sus dulces expuestos en una vitrina, pero también tiene ya sus redes sociales y su servicio de delivery, reforzados producto de la pandemia. Para doña Mercedes su único anhelo es que las nuevas generaciones sigan manteniendo esta dulce tradición que tantas alegrías le ha dado.